La ética del cuidado
En 2006, la revista Studies in Gender and Sexuality, publicó una mesa redonda acerca del libro de Ehrenreich, B. & Hochschild, A. (2003) Mujeres Globales: canguros, sirvientas, y trabajadoras sexuales en la nueva economía. Me parece que vale la pena contar los temas en debate porque tocan visiones que, a mi modo de ver, siguen demasiado arraigadas en lo procedimental de cómo nos organizamos en el mundo occidental, y demuestran que el cuidado sigue “feminizado” y que, en el momento que las mujeres blancas de clase media y alta no desean o no pueden seguir proporcionándolo, acuden a las “mujeres globales”, emigradas, de las que se “extraen” –con la misma terminología de la extracción de recursos naturales- las funciones relacionales, íntimas y de cuidado.
A menudo estas mujeres dejan a sus hijos e hijas y a sus maridos en paro para hacer el trabajo relacional del Primer Mundo: cuidar a criaturas y personas mayores; en la adopción internacional: proporcionar criaturas a parejas infértiles a veces de maneras criminales (robadas); proporcionar sexo y/o devenir esclavas sexuales de alguna mafia; proporcionar esposas “exóticas” obtenidas por correo a hombres occidentales para asegurarse que sean “menos liberadas” que las autóctonas en la medida que dependerán de ellos. Por lo tanto, esta desigualdad económica creará relaciones de dominación y sumisión en muchas esferas y contribuirán a modificar y devaluar los vínculos de todo tipo: comunitarios, entre las parejas y entre padres e hijos que, a su vez, sostienen las relaciones de poder existentes. La mezcla de amor y negocio se vuelve más compleja en tiempos de globalización. Pero, además, muchas “mujeres globales” traen experiencias traumáticas que inevitablemente transmitirán (Layton, 2006; Erhenreich y Hochschild, 2006).
Por otro lado, en “¿Quién es responsable? Nuestra implicaciones mutuas en el sufrimiento de cada cual”, Layton (2009a) describe la “subjetividad neoliberal” como una versión de la subjetividad contemporánea, disponible tanto para hombres como para mujeres de cierta clase, marcada por un repudio a la vulnerabilidad, que promueve la actividad maniaca, devalúa el cuidado, y niega tanto la dependencia como la interdependencia. Es la formación reactiva contra la bondad y abnegación femenina devaluadas, que limita la capacidad de empatía y disponibilidad. Esta subjetividad neoliberal, con una autonomía que repudia su inserción en la conexión, es una versión que condena a las personas que la escogen a una vida de soledad y de aridez. Aunque las personas –desconectadas- que logran esta posición sufren, sin embargo se defienden tenazmente contra exponerse a anhelos relacionales, agarrándose a los placeres que les proporciona la “distinción”, la posición cultural que los marca como superiores y alejados de necesidades y vulnerabilidad.
Sacudir esta posición es muy difícil, porque contiene elementos psíquicos y sociales. El daño, efecto traumático, que ha producido el capitalismo con la desigualdad de clases, el sexismo con la desigualdad de género, el racismo y la homofobia a lo largo de años, hacen muy difícil el trabajo terapéutico porque la capacidad de poder tener otra perspectiva está muy maltrecha en muchas personas. Sin embargo la psicoterapia es una de las pocas posibilidades institucionales de dar respuesta a algunas de las tendencias destructivas actuales: la evitación del duelo, la actividad maniaca, la instrumentalización de las relaciones, etc. (Layton, 2009b)
Además, dice Layton (2009b), para contrarrestar les escisiones que producen las jerarquías de poder, debemos ser muy conscientes como terapeutas de las maneras como utilizamos defensivamente nuestra propia posición en las jerarquías de clase, raza, sexuales y de género para caracterizarnos como superiores ante nuestros pacientes, solo así podemos ser conscientes de nuestra implicación en el sufrimiento mutuo. La empatía que buscamos es de ida y vuelta, en el sentido que el/la analista está tan implicado/a en el dolor del/la otro/a que reconocerlo debe llevar a una conexión que transforme no solo al/a paciente sino también al/a analista (Benjamin, 2004; Orange, 2007). Aron & Star (2013) lo formulan de esta manera: los/las psicoanalistas tenemos que dejar de disociar nuestra vulnerabilidad, sin negar nuestra capacidad de acción (agency). Nuestra historia de racismo, sexismo y clasismo son tales que en cada tratamiento, es muy probable que mis inversiones psíquicasentren en conflicto con las de mi paciente. La empatía es lo que permite identificarse con el sufrimiento del/la otro/a y con las fuerzas destructivas y amenazadoras que surgen (Hoggett, 2006).
En el neoliberalismo, en vez de una política preocupada por el bienestar común, encontramos un emergente “mercado del cuidado” que se confabula con los sentimientos omniscientes de invulnerabilidad -la cultura de que “yo puedo comprar una ‘seguridad’ fantaseada para mí y para mi familia”, siendo el “mercado del cuidado” el lugar donde aún se permite la existencia de la empatía y la vulnerabilidad en la cultura neoliberal.
Cuando los/las terapeutas excluyen la relación entre la psique individual y el contexto social en el que se desarrolla de la consideración clínica se están confabulando con el individualismo y con el familismo amoral. Hacemos un pacto con el diablo por el que la cultura nos externaliza la empatía y nosotros acordamos no plantear preguntas sobre el daño que hace la cultura. Hay mucha presión para confabularse – se considera una buena práctica separar lo psíquico de lo social. Pero cada elección clínica es un hecho político. Tenemos que restablecer los lazos que el discurso neoliberal suprime con tanto éxito: reconociendo el daño que infringimos cuando lo hacemos (Benjamin, 2004); explorando los impases que tienen lugar cuando, como defensa, atacamos, nos retraemos, o buscamos refugio en la distinción (Layton, 2009a). La bondad y sexualidad
En otro orden de cosas, como he argumentado ampliamente (Garriga, 2013) todavía hay muchas dificultades para una sexualidad gozosa en muchas mujeres, relacionadas con la “bondad” femenina. Por suerte, empieza a haber otros modelos de sexualidad femenina. La fantástica película “La vida de Adèle” con la naturalización de otra visión de la sexualidad de las mujeres en general, y de las relaciones lesbianas en particular, que no solo ha ganado La Palma de Oro 2013 del Festival de Cannes, sino también el Premio de la Crítica Internacional.
En sentido contrario la publicación y el enorme éxito de obras como “Las 50 sombras de Grey”, “Crepúsculo” y, ahora, de “Cásate y sé sumisa”, abogan por modelos de relación que siguen fomentando la desigualdad.
Me gustaría citar dos trabajos deAtlas (2012, 2013)que tratan de las dificultades de integración de las mujeres orientales en relación al deseo. Atlas sostiene que en occidente se permite el sexo y se limita el deseo. Deseo enlazar con el extraordinario número de Studies in Gender and Sexuality [Vol. 14 (3), 2013] que cuestiona la última edición del DSM-V (2013) justamente por haber eliminado el concepto de “deseo” de los trastornos de la sexualidad de las mujeres y, en cambio, atribuir estos a su falta de “interés/excitación”, con las implicaciones que supone a nivel conceptual y legal.